Sí, creo que la vida ha sido como andar en bicicleta, cuando ya estás arriba de ella, hay que peladear y peladear para seguir el camino, cuidándonos de no mirar mucho hacia atrás para no tropezar con lo que se nos viene adelante y así no caer. Llevando los recuerdos de los caminos pedrosos y difíciles que dejamos en el pasado, aprendiendo de ellos las dificultades de su camino.
Es como en una carrera, la carrera de la vida, muchas van lentas, casi no pueden mover sus pedales, pues el que las impulsa ya no tiene fuerzas ni esperanzas o porque ya no sienten la necesidad de seguir luchando en su camino. Otras han pasado más rápido que nosotros, pues su andar es diferente, tal vez porque su bicicleta tiene mejores condiciones que las nuestras, pero no debemos desmayar por eso, pues la experiencia me ha enseñado que la meta siempre seguirá ahí mismo, esperándonos. Esa meta que cada uno tiene en su corazón.
Pero lo que más he aprendido a lo largo de mi corta vida, es que no importa si tu bicicleta es de una excelente marca, o si está antigua y oxidada por los años, somos nosotros los que le damos la fuerza aunque sea a paso lento, llevando si es necesario un asiento trasero para poder recoger a nuestro prójimo que ha caído y poder encaminarlo. Y por supuesto nunca olvidando la luz delantera para que nos vean en el camino, esa luz que solo el Señor nos puede dar.